lunes, 24 de septiembre de 2012

Elegía Mecánica

N. del A. Dicen que algunos hombres cuidan mejor sus coches que a su familia. No es mi caso: yo nunca le he preparado a mi automóvil un vasito de leche con galletas antes de acostarlo, ni le he arropado en su garaje, ni le he cantado la nana del tío Garrampón. Pero aún así, es inevitable tomarle algo de cariño a ese montón de chatarra.

Año III Opus 109
En estos días he recibido una terrible noticia. En la sala de espera del servicio oficial, el jefe de mecánica en persona, con su impecable bata blanca,  me puso la mano encima del hombro y con voz solemne y respetuosa me anunció que mi automóvil está deshauciado. Se ha hecho todo lo mecánicamente posible, me dijo, la ciencia bien poco puede hacer ya. Pregunté con un hilillo de voz de cuánto tiempo disponíamos. No se puede saber con exactitud, respondió con dulzura, el fatal desenlace se producirá en cuestión de semanas, meses quizá..., es difícil de predecir.  Sentí una fuerte sequedad en la garganta, un solícito mecánico me ofreció un vaso de agua y me lo rocié por la cabeza.

Insistí en verle. Me acompañaron hasta un rincón del taller donde estaba mi coche, triste y abandonado. Se puso muy contento de verme y derrapó gozosamente para demostrármelo, me puso las ruedas delanteras encima de mi pecho y me lamió la cara con la correa del radiador, agitando nerviosamente el tubo de escape. Pero tantas alharacas no pudieron ocultar el run run fatigado del motor, ni tampoco esa cruel incontinencia de aceite que ensuciaba el piso. Me miraba con los retrovisores gachos y los faros lánguidos y enfermizos, intentando disimular su sufrimiento. No puede hablar, pero sé que lo entiende todo; de alguna manera se pregunta qué día le pondrán la inyección letal antes de reciclarlo o si lo usarán como blanco en un campo de tiro para carros de combate. 

Dentro de poco estará en el Cielo de los automóviles, aunque sea un coche negro, porque también se van al cielo todos los negritos buenos. No será un paraíso a cielo abierto, sino un inmenso aparcamiento cubierto, como les gusta a los coches, con las líneas recién pintadas de blanco brillante y el pavimento firme y suave. Un parking donde se aparque siempre en batería, que es la forma más democrática  de estacionar los vehículos, porque todos ocupan una plaza de igual tamaño, no como esos neoliberales aparcamientos en línea, donde los más largos ocupan más que los más chiquitos. Con una entrada sin barrera y grande, más grande que el ojo de una aguja, y tendrá lavados gratis y barra libre de combustible del bueno. Estará cerca del cielo donde moran las almas benditas de las bicicletas robadas, de las virginidades perdidas, de las pagas de Navidad hurtadas a los funcionarios, de los bosques primarios de laurisilvas. Estará cerca del paraíso donde iremos los calvos de corazón y los pajarillos usados como testigo de grisú en las minas de carbón..

No es justo que mi auto se vaya de este mundo sin pena ni gloria y en cambio siga lustroso el Mercedes que Hitler regaló a Franco. ¿Porqué el Lincoln en que murió Kennedy, que estuvo tan cerca de la muerte no está deshauciado como el mío? Pero yo no les envidio la vida en un museo. Mi automóvil acabará sus días rodando sus últimos kilómetros sobre el asfalto como debe ser, con la capota bien alta, con los faros mirando al frente y el paragolpes ondeando al viento.

Como me sucederá a mi algún día. No sé si a ustedes también, porque no les conozco lo suficiente. Llegará el momento en que el run run de mi corazón se debilite y mis herederos piensen en comprarse un padre nuevo y deshacerse del viejo. No me preocupa, únicamente les pido que entierren mi cuerpo en batería, como buen demócrata que he sido.

3 comentarios:

  1. Descanse en paz. ¿Cuando es el entierro?. Lo digo porque ya le he cogido cariño...

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  2. →Azaria: Todavía le quedan algunos kilómetros de vida, pero cualquier día estira la rueda. Por si acaso, le tengo confesado.
    Ug

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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