jueves, 19 de enero de 2012

El bloguero que surgió del frío

N. del A.  España va camino de convertirse en un desierto helado. Lo he visto durante una pesadilla sufrida una noche en mi igloo urbano, como puede denominarse mi alcoba después de sobrevivir unos días sin calefacción. 
Año III, opus 86
Llevo unos días sin escribir ni leer blogs  porque la caldera de gas propano que proporcionaba calefacción y agua caliente a mi humilde casa ha dado su último suspiro en estos días, los más fríos del invierno mostoleño. Podía haber tenido arreglo, pero finalmente se ha decidido acelerar la muerte de la caldera gracias a que en España no es ilegal la eutanasia de electrodomésticos y la Iglesia todavía no predica contra ello. La última reparación que se hizo le costó más de quinientos euros a mi ingenuo bolsillo, aunque ahora he descubierto para mi vergüenza que lo que la hacía funcionar era un miserable puente eléctrico, una chapuza trapera.

Como pueden imaginar, la casa sin calefacción ha sido poseída por un frío de ultratumba, tanto que me he visto obligado a tatuarme en mi cráneo a la intemperie una advertencia para mis posibles amantes: «Consumir completamente una vez descongelado». En tan duras condiciones, apetece poco sentarse ante el ordenador, antes bien, apetece más utilizarlo de combustible en una hoguera. Me fastidia, además, que todos me recuerden que, dado que es invierno, es normal pasar frío, es decir, que  «en este tiempo, no se puede esperar otra cosa».

Por alguna razón, es difícil escribir con frío. Por añadidura, un oso polar ha invadido mi casa atraído por el clima que reina en ella  y me exige demasiada atención como para dedicarme a las letras. Podrán refutarme ustedes que los escritores nórdicos, hoy en día muy de moda, escriben en territorios de temperaturas más canallas que las de España, donde unos simples copos de nieve abren los noticieros y las portadas de la prensa. Sin embargo, es sabido que ni Larsson ni Mankel escribían en la calle, sino al abrigo de una calefacción que yo, durante estos días carezco. Puede que las neuronas se ralenticen con el frío como las moléculas de un gas,  unas neuronas las mías que ya eran, en condiciones normales, lentas y ceremoniosas.

Es cierto que este problema mío no es el más importante del mundo, pero me viene al pelo (es una frase hecha, disculpen) para entender que esta situación no sólo me afecta a mí, sino a mucha gente. Veamos:

Me asomo al balcón de la política española y me encuentro con un temporal helado que azota el país, una ola de frío compuesto por la  pérdida sin sentido de derechos sociales, subidas de impuestos, tramas de corrupción política, noticias sobre despilfarros de dinero público y administraciones públicas en bancarrota, brokers volando en círculo sobre los bancos centrales europeos, miles de comercios con el cartel de "Se traspasa" y una lista de desempleados en progresión inacabable. Un panorama desolador, como el que debieron encontrarse Amundsen y Scott camino del Polo Sur, helado e inhumano.

España es un país sin calefacción por la avería de una caldera de alto consumo comprada a plazos que aún estamos pagando; por el fallo de un sistema de calefacción individual que, según se nos quiere hacer creer, se ha producido por culpa de los que, precisamente, menos se calentaban. Los inquilinos estamos afectados por el síndrome de la fatalidad necesaria, una de las consecuencias de la hipotermia, que nos hace miramos unos a otros con el moquillo congelado en la punta de la nariz buscando consuelo en la cercanía y la resignación. Observamos con mucho recelo al técnico especialista que ha venido a reparar la caldera (es indiferente de qué partido sea) porque sabemos que la reparación nos va a costar un dineral, que vamos a tener que pagar mano de obra a precio de artista, materiales de juzgado de guardia  y desplazamiento en coche oficial. Para colmo, en nuestro fuero interno tenemos la fundada sospecha de que la reparación no va a ser sino una chapuza, que nos van a sacar de la crisis puenteando unos cables y luego un «ya veremos».

Lo peor de todo es que el frío nos paraliza las conciencias y nos da pereza salir a gritarle al mundo que sabemos que todas las necesarias medidas tomadas por el gobierno no tienen como finalidad crear empleo, al contrario, lo destruirá. Sabemos que sólo se pretende pagar el chantaje de los prestamistas y mercachifles preocupados por sus bonos y decididos fatalmente a que el estado social europeo que nació en la segunda mitad del siglo XX se sustituya por el  concepto de estado de la especulación. Pero todo eso nos da igual. Cada vez hay más personas que al hablar de esto dicen resignadamente que  «en estos tiempos, no se puede esperar otra cosa».

Mañana me instalarán la caldera nueva y así se lo explico al oso polar, eligiendo bien las palabras porque el pobre perdió su parcela de banquisa helada con el calentamiento global, la crisis inmobiliaria del Polo Norte. Se marchará gritando «UN DESALOJO, OTRA OKUPACIÓN», pero no me preocupa, porque sé que en España encontrará hielo sin problemas, sólo tendrá que leer los periódicos y bucear en los corazones.
Mi oso perdió el trozo de hielo donde vivía, pero aún le debe dinero al banco.
No sólo se ha instalado en mi casa, sino que se pregunta qué sabor tendrá la
grasa de mi barriga. Yo me pregunto qué sabor tendrá su puñetera madre.

domingo, 1 de enero de 2012

El año en que nos fuimos a Chichiringui

N. del A. «Irse a Chichiringui» es una expresión de mi madre, rica fuente de paremias como todas las madres, que equivale a «irse al carajo o a hacer puñetas». Viene al caso porque les recuerdo que éste es el año en que según los Mayas acaece el Fin del Mundo. Es el año en que nuestras vidas se irán a Chichiringui. ¿No es apasionante?
Año III, opus 85

Día 02/12/2011 - 18.20hCIENCIA (Artículo completo aquí)El fin del mundo maya en 2012podría ser el retorno de un diosLas predicciones no aluden al apocalipsis, sino al regreso de Bolon Yokte, deidad de la creación y la guerra, según el último estudio antropológico 
Después de meternos el miedo en el hígado con películas de cine en que el planeta se rompía en trozos como un tiesto, ahora nos dicen que no habrá Apocalipsis, que sólo es el comienzo de una nueva Era propiciado por el retorno de un dios del que no tenemos referencias. Esta incertidumbre me mata, yo estaba planeando comprar cosas a plazos que no tendría que pagar después, pero temo que me quede sin mi Fin del Mundo


Yo no creo en esas cosas, sin embargo, los Mayas sí que lo creían a pie juntillas y ellos eran muchos más que yo. ¡Y es que hay tantas cosas que yo no creía posibles y luego lo han sido!  Por ejemplo, hasta hace muy poco, no creía posible que fuera a ver a la Selección Española de Fútbol ganando la Copa de Europa y la del Mundo y ya ven ustedes. No sé qué pensar de la venida del dios Bolon Yokte.

Yo, personalmente, no me fío de los dioses extranjeros, por si vienen a quitar el trabajo a los dioses españoles. Mejor estar preparados por si realmente sucede el Apocalipsis, que es lo que creo que realmente sucederá. Les doy sólo tres consejos, si me lo permiten:

El día del Fin del mundo procure no estar en Suiza.

Suiza es el paradigma de país serio y eficiente. Seguramente, allí el Apocalipsis funcionará con la exactitud de un reloj suizo, se producirá a la hora prevista y se ejecutarán todas las plagas y desastres de forma ordenada y completa. Es preferible que el Fin del Mundo nos encuentre en España. Es probable que, debido a los recortes presupuestarios por la crisis, sólo se contrate a un Jinete del Apocalipsis  y encima sea un becario. El Fin del Mundo será un sindiós y puede que salgamos vivos.


Es inútil llegar virgen al Apocalipsis.

No se gana puntos y se va a desperdiciar su más preciado tesoro. Una vez en el barullo del Juicio Final, con las Trompetas sonando y el resto de humanos preocupados por no cometer pecadillos de última hora que estropeen el trabajo hecho, va a ser difícil que pueda hacer uso de su flamante material como usted se merece y se quede para siempre con las etiquetas puestas. 

No hay por qué estrenar ropa en el Juicio Final.

Pese a que vaya a encontrarse con toda la corte celestial, no mantenga sin estrenar ese elegante traje de chaqueta esperando la ocasión. Puede que ya no le valga. Sepa que, según se dice, todos desfilaremos en el Juicio sin más abrigo que nuestras buenas obras, lo que en la mayoría de nosotros, es garantía de desnudez. Puede que a los tribunales de la Tierra les impresione un reo bien vestido, pero piense que esos mismos jueces estarán en la misma fila que usted tapándose las vergüenzas con las manos. 

Como ilustración, ahora les dejo con una escena de "Así en el Cielo como en la Tierra", de José Luis Cuerda (1995) sobre el Apocalipsis español:




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