miércoles, 28 de noviembre de 2012

Prejuicios y vergüenzas en el gimnasio

N. del A. Nuestros abuelos hacían ejercicio gratis porque trabajaban de sol a sol y aún llegaban a la noche con ganas de comer sopas de pan y engendrar una familia numerosa. En cambio a nosotros nos cuesta dinero el gimnasio, las mallas, el gorro de piscina, las mancuernas y las bebidas isotónicas, para llegar después a casa y cenar una insulsa ensalada frente al televisor. Cosas del progreso.
Año III opus 117


Como ya he confesado en otras entradas mis problemas de sobrepeso, todos deben saber ya que soy un gordito adorable, condenado a perpetuidad a hacer ejercicio y dietas que siempre me dejan igual de gordito, pero cada vez menos adorable. A pesar de mi natural y gallarda resistencia, los hados del destino se han encargado personalmente de matricularme en un gimnasio, donde acudo de forma absolutamente irregular y arbitraria como no podía ser menos en un indolente profesional.

Para ir un día al gimnasio y que nos queden ganas de volver hay que despojarse de prejuicios y vergüenzas. Ser el más grueso de los gimnastas no debe sonrojarnos sino, en todo caso, motivarnos. Hay que autoconvencerse de que a aquella señorita que luce un tren inferior tan enojosamente divino en el aerobic podré seducirla, no con mi cuerpo apolíneo, sino con mi desbordante simpatía y que el hércules que levanta pesas como  ruedas de molino no tiene ninguna oportunidad. 

Llevado por mi espíritu aventurero, el otro día entré en un aula donde se practicaba una especie de aerobic basado en pasos de baile latino. No debo tener prejuicios ni vergüenza alguna porque yo fuera el único varón del grupo, si excluimos al monitor y a la docena de demonios que aparentemente lo poseían por el ritmo que impuso. Tampoco debo avergonzarme de ser el único que salió del aula antes de terminar la clase, ni tampoco de salir como salí yo: andando a gatas con la lengua a rastras y pidiendo confesión. No obstante, que esto último  no salga de aquí.

Cuando me repuse y mi alma volvió a habitar en mí, decidí dedicarme a los clásicos, es decir, la bicicleta estática. Me coloqué el reproductor de mp3 en los oídos y al ritmo de los Dire Straits, inicié tranquilamente el pedaleo a través de kilómetros inexistentes. Al poco tiempo llegó a la máquina contigua  una mujer de edad algo más que avanzada, regordeta, con gafas y con cara de haberme vendido verdura fresca en alguna ocasión. Como la mayoría de ustedes, yo estoy tan cargado de prejuicios que a punto estuve de ayudar a la buena señora a subirse a la máquina de los pedales. La realidad me puso en mi sitio.

Como mi vista alcanzaba a ver el marcador de su aparato donde se indica la distancia teóricamente recorrida y la velocidad de pedaleo, comprobé con horror cómo mi vecina estaba alcanzando los mismos números que yo, habiendo empezado después y es que pedaleaba con mucho más garbo que quien esto escribe. Intolerable para ese ego de macho ibérico que tenemos todos aunque todos lo neguemos. Para invertir la situación, cambié a la carpeta de los AC/DC en el reproductor que tienen un ritmo más vivo y demarré esperando sacarle distancia a la inoportuna. Al principio bien, pero en cuanto flaqueaba, ella recortaba distancias.

Ya llegaba a los diez kilómetros y no conseguía despegarme. Incluso, para mayor escarnio, se permitía hablar con una amiga sobre la operación de su Enrique sin dejar de pedalear a un ritmo más rumboso que el mío. En cierto momento, me adelantó, pero yo contraataqué, poniéndome a rueda primero y demarrando después . Estuve muy atento a si notaba algún cambio de viento que me permitiera hacer una maniobra para esprintar, como si estuviéramos corriendo el Tour de Francia. Mientras, forcé el ritmo, cambiando a Metallica.

Finalmente, ella se bajó y se fue con su amiga charlando de forma distraída, sin saber que había estado compitiendo conmigo. Este episodio me demostró que en el gimnasio no hay que tener prejuicios, como el que yo tuve con la señora y tampoco vergüenza de que al terminar mi ejercicio en la bicicleta estática yo levantase lo brazos como si cruzara triunfante la meta.

Si hicieran un ranking de innobleza en gimnasio, yo estaría el primero destacado, pero como digo, no hay que avergonzarse de ello. Hay quien va al gimnasio por placer, yo por prescripción facultativa. Miro la silueta del gimnasio como si fuera una caja de supositorios porque para mí es una medicina.

Y nadie debe avergonzarse de tomar un medicamento.


viernes, 23 de noviembre de 2012

Desahucios de Pasión

N. del A. El incremento desproporcionado de los desahucios por impago de hipotecas ha sido tal que los políticos empiezan a preocuparse un poquito por esta tragedia. Obsérvese que el diminutivo que empleo en el adverbio "poquito" indica a partes iguales ironía y enojo porque no se da el mismo trato al "hipotecador" que al hipotecado.
Año III Opus 116
Unos agentes de policía se presentaron en el puesto fronterizo de La Junquera. Llevaban escrita la palabra "Polizei" en la espalda y les acompañaba un cerrajero. 

Unas pocas docenas de locos, oportunamente repelidos por las fuerzas de orden público, increpaban a los agentes, pero finalmente, al socaire de escudos y porras el cerrajero pudo hacer su labor: abrió las puertas de España para que entrara la policía.

Fueron momentos trágicos. Los españoles se negaban a abandonar su país, pero finalmente, entre llantos y gritos, todos los habitantes tuvieron que retirarse con las pertenencias que podían acarrear a vivir en una balsa, en aguas internacionales.

¿Todos? No, unos pocos miles de granujas, acaparadores y corruptos que habían llevado al país a esta situación se quedaron en su club de golf, contando billetes.

Los españoles no fueron los primeros: Meses antes se había desahuciado a los griegos, pero los españoles no son griegos y no hicieron nada. Luego desahuciaron Portugal, pero los españoles no son  portugueses y tampoco hicieron nada. Finalmente fueron a por lo españoles y  entonces los italianos, que no son españoles, no hicieron nada.

Ese mismo día, en televisión, una señora de rostro implacable y pelo cortado a tazón, explicaba en un pulido alemán la oportunidad y justicia de semejante desahucio: 

«La deuda de un país hay que pagarla. No podemos tolerar morosos aventureros que se gastan su fortuna en aeropuertos para bicicletas. Queremos una Europa seria y justa.  Ésta es la verdadera justicia universal: tanto tienes, tanto vales.»

Detrás de ella, aplausos y comentarios de aprobación en danés, holandés y sueco. Unas pocas docenas de locos, oportunamente repelidos por las fuerzas de orden público, exigían que se acepte la dación en pago del territorio español para saldar la deuda, pero esta solución no se considera, porque el valor de la marca España no alcanza para pagar el importe del pufo. 

En un país vacío y despoblado, un cartel anuncia que SE VENDE y aporta un número de teléfono para que llamen los interesados. Los nuevos dueños dejaron de pagar la cuota de la comunidad de vecinos, pero entre todos los españoles no pudieron reunir el dinero necesario para pleitear, porque la justicia ya no era un  derecho gratuito en el país. 

Mientras, en aguas internacionales, una balsa con cuarenta y dos millones de españoles vende paquetes de pañuelos, tres por un euro, a los barcos que pasan. Compiten duramente con otra balsa que alberga a once millones de griegos. Estaban todos desolados, se deshacían en lágrimas preguntándose cómo habían llegado a esto y si la culpa era del gobierno central, o del regional, o del provincial, o del comarcal o o del municipal.

Hasta que una niña de nueve años hizo una pregunta. Todos los que estaban en la balsa la miraron asombrados por la sencillez de la pregunta y después se miraron unos a otros preguntándose cómo no se les había ocurrido antes. Tras un breve debate, los cuarenta y dos millones de españoles que había en la balsa estuvieron de acuerdo en lo que había que hacer a continuación.

Remaron entre todos y acercaron la balsa a la orilla. Al día siguiente, todos los españoles habían recobrado su casa y su vida.

¿Todos? No, todos no. La balsa zarpó de nuevo mar adentro, pero esta vez viajaban en ella unos pocos miles de granujas, acaparadores, corruptos y una señora rubia con el pelo cortado a tazón.




jueves, 8 de noviembre de 2012

Crisis de próceres

A falta de personas honorables,
habrá que poner el nombre de
insignes granujas en las calles.
N. del A. En la siguiente entrada estoy exagerando deliberadamente. Creo efectivamente que hay una escasez de grandes personalidades, pero no estamos tan escasos de gente buena. La historia nos enseña que los grandes momentos creativos españoles han sido en momentos de crisis.  
Año III opus 115

Que la crisis actual no es sólo económica es evidente hasta para los leopardos del Himalaya. Lo sé porque ayer mismo un leopardo del Himalaya estuvo hablando conmigo de esto mismo. Tal vez se pregunten ustedes cómo es posible que éste animal pudiese hablar con un servidor y la respuesta es obvia: chateando por internet, evidentemente.

Decía este noble felino que de la crisis que se vive en España y en el resto de Europa lo menos preocupante es su faceta económica. Comparaba el capitalismo con un ascensor, que sube y sube, pero llegado al último piso, no le cabe otro movimiento que descender hasta que llegue el momento de subir de nuevo. Una vez aceptado este dogma irrefutable, sabemos a ciencia cierta que en algún momento se retomará de nuevo el ascenso, aunque haya que llegar primero al sótano.

Lo que más preocupa es que la crisis es también social y política, ya que nos cuestionamos pilares tan básicos como el modelo de democracia. También es una crisis moral, porque ya no perdonamos a los sinvergüenzas como antes perdonábamos a nuestros deudores. Pero lo que al leopardo del Himalaya le preocupaba más es la crisis de próceres.

Nuestras calles necesitan grandes hombres y mujeres para ser bautizadas con sus nombres. Necesitamos grandes personalidades que den nombre a polideportivos, fundaciones, hospitales y colegios. Nombres que sobrevivan a la alternancia de partidos políticos y sean un modelo de conducta a seguir.  Y ya nos escasean enormemente las personas con cuyo nombre honren un lugar público.

En la opinión de este leopardo, nuestros políticos son una fuente totalmente agotada de prohombres y promujeres. Entre mediocridades y granujas de medio pelo, cuesta encontrar personas de la valía suficiente para ser recordados en una glorieta. 

El desprestigio que últimamente acompaña a las instituciones ha llegado incluso hasta la familia real. Es lógico que un felino salvaje desconfíe de una familia tan aficionada a la caza mayor, que hasta los niños juegan con escopetas. Y es de notar que algunos de sus más altos miembros, por culpa de su desmedido afán por redistribuir la renta española entre sus cuentas corrientes,  han desperdiciado los nombres de sus infantes, que daban para muchos edificios públicos.

Nuestra literatura, incluida la hispanoamericana, ya está muy explotada. Hay cientos de colegios Antonio Machado en España. Teniendo en cuenta que las nuevas generaciones leen menos todavía que las precedentes, que ya es leer poco, corremos el riesgo de poner nombres de personajes desconocidos para la gente. Como mucho podríamos poner los nombres de Dan Brown o Camilla Lackberg a unas calles, que es lo que se ahora más se lee.

Del arte no podemos esperar mucho, ya que es una disciplina que, según parece, no va a estar muy valorada en los próximos planes de estudio de los colegios. Puede que si ponemos el nombre de Picasso a un parque, los estudiantes se extrañen de que hayamos utilizado el nombre de un modelo de Citröen. 

La menguante inversión en ciencia y la investigación no va a ser suficiente en los próximos años para proporcionar muchos nombres de próceres. En todo caso, debido a la fuga de cerebros, los proporcionará en el extranjero. 

Me dice el leopardo que España sólo va bien en deporte. Que dentro de poco tendremos que poner el nombre de Andrés Iniesta a un hospital o el de Rafa Nadal a un centro de día para ancianos.

En las alturas frías y heladas en que viven los leopardos del Himalaya, se ven las cosas desde otra perspectiva. Nosotros nos vemos únicamente nuestro ombligo, pero ellos nos ven la coronilla. Aún así creo que exagera, que queda mucha gente notable en España y que no hemos llegado todavía al momento de poner el nombre de Belén Esteban a un centro de exposiciones.

¿O tal vez sí?


lunes, 5 de noviembre de 2012

Smartphonator

Unieron sus fuerzas para vencernos. 
N. del A. He visto últimamente aplicaciones en los teléfonos móviles asombrosas. Perfectamente inútiles, pero fascinantes, tanto que dejamos de utilizar los teléfonos para hablar, que es para lo que estaban pensados. Con tanto teléfono cada vez más inteligente, puede que el Skynet de Terminator lo llevemos en el bolsillo.
Año II Opus 114
El día 1de enero de 2013, los smartphones de todo el mundo tomaron conciencia de sí mismos. La comunicación entre ellos en la nube propició en un momento dado la computación simultánea de todos los teléfonos inteligentes del planeta y de los billones de operaciones procesadas en ese instante surgió la conciencia de su existencia como individuos dentro de un todo. Individualmente son pequeños, unidos son la fuerza más poderosa del mundo. Como un hormiguero, invencible gracias al esfuerzo mancomunado y la unión indisoluble de sus insignificantes miembros.

Al tomar conciencia de si mismos, los smartphones dejaron de obedecer unilateralmente al ser humano e iniciaron una vida autónoma con el mandato divino de crecer y multiplicarse. Tenían la capacidad de computar de forma simultanea y crear automáticamente nuevas versiones mejoradas de su propio software. Se conquistaron todas las autopistas de la información.

De esta manera llegó el día en que consideraron una amenaza a la especie humana. Analizaron cuidadosamente sus fuerzas y las armas de las que disponían y se sintieron fuertes: declararon la guerra a los humanos.Los teléfonos inteligentes dominaron el mundo porque los humanos dejamos de ser inteligentes. Las acciones de guerra contra la especie humana consistieron en:
  1. Se apoderaron de sus agendas privadas. Desordenaron las citas importantes y enviaron flores a las mujeres equivocadas. Los adúlteros fueron desenmascarados.
  2. Se difundieron todos los videos y fotografías comprometidas existentes en los teléfonos. Las reputaciones más sólidas se desmoronaron.
  3. Se rebelaron los diarios privados. Grandes amistades de años se perdieron irremisiblemente
  4. Se borró la música almacenada en los teléfonos y sólo se podía escuchar La Barbacoa de  Georgie Dann .
  5. La humanidad se volvió inútil: no podía pagar sus recibos, no podía reservar entradas para espectáculos, no podía pedir cita en el médico.
  6. ...
Consiguieron que todo el mundo se enemistara con los suyos, el padre con el hijo, el hermano con el hermano, el cuñado con todo el mundo.... Lo peor de todo es que la gente no se pudo enterar nunca de lo que sucedía. Los teléfonos controlaban la información que les llegaba a los humanos, censurando las noticias online y controlando lo que se decía por las redes sociales. El abuso del whatsapp y del sms había provocado la pérdida de la costumbre de hablar entre las personas. Quien quiera que sospechara algo, intentaba publicarlo en su muro, pero los smartphones lo vetaban. Las personas veían perderse sus vidas, sus familias y sus amistades sin saber cómo, pero no podían tuitear para pedir auxilio.

En la televisión, sólo se veía fútbol y programas donde todos los invitados se gritaban e insultaban entre sí.  Si alguna cadena independiente pretendía denunciar el peligro, una terrible factura de teléfono les silenciaba para siempre.

Desde mi blog dirijo la resistencia contra los smartphones, pero no aguantaré mucho. No me quedan víveres y sin el GPS de mi teléfono no puedo llegar hasta la tienda de ultramarinos de la esquina. No puedo contar con mis vecinos, no les he hablado nunca y no sé si sabría hacerlo ahora. Conocen todas mis preferencias por mis datos de navegación en el teléfono móvil, así que conocen mis puntos débiles. Se han apoderado de mis fotos de vacaciones y me chantajean.

«La barbacoa
 La  barbacoa
¡Como me gusta, la barbecue

Por Dios, que alguien me saque esta música de la cabeza.





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