martes, 17 de diciembre de 2013

Carta a Superman

Año IV. Opus 137

Querido Superman:

Este año te pido a ti los juguetes.

Me he borrado de la suscripción que mantenía con los Reyes Magos de Oriente desde mi más tierna infancia, aún a riesgo de perder la antigüedad como cliente, porque todos los juguetes que traían estaban hechos en China y por su culpa la industria juguetera que había aquí se fue a chichiringui.

Por supuesto, tampoco me he afiliado al viejo gordinflón con el traje de la Cocacola, explotador laboral de renos y duendes, como todo lo que nos viene del norte. Tampoco soy cliente ya del Ratoncito Pérez, porque estoy en una edad en la que ya no celebro ninguna pérdida en mi dentadura.

Esta Navidad he decidido mirar al oeste y pedirte a ti mis juguetes, porque lo que no puedas tú...

Sabemos que últimamente estás un poco flojillo, desde que tu cuñado te recomendó aquellos supositorios de kriptonita, que a él le obraban maravillas, pero estoy seguro de que en algún momento te recuperarás y volverás a surcar los cielos de Metrópolis en busca de malvados con cara tonto. En Móstoles y su zona de influencia que conocemos como España, hace falta también quien meta mano a tanto desmán y despropósito. Yo, desde mi blog, hago lo que puedo, pero soy consciente de que aún no es suficiente.

Y ahora mi pedido. Quiero un Eurovegas de la Señorita Pepis, con su pequeño casino, sus pequeños impuestos, su pequeña maquila y su pequeña zona de fumadores. Todo eso me lo iba a traer Las Vegas Sands, pero parece que Mr Adelson se ha ido a fastidiar a otros y nos deja sin esas infraestructuras destinadas a "servicios públicos" imprescindibles en una democracia avanzada. Me conformo con el Eurovegas de juguete.

Quiero también unos Juegos Olímpicos Geyper, bonitos y baratos, con su pista de patinazos sobre ruedas, sus pruebas de tiro a la botella y que incluya una pequeña cafetera para relajantes cafés. Y muchas medallas de pan, porque las de oro y plata sólo se consiguen si hay patrocinios y en mi casa sólo patrocino yo.

Y quiero, por último,un Congreso de Comansi, con sus diputados de los Masters del Universo, sus Madelman antidisturbios custodiando el sacrosanto edificio y sus Airgamboys perroflautas que intentan rodearlo. Como a nuestros nunca bien amados líderes que se encargan de velar por nuestros derechos y libertades no les gusta que salgamos a la calle a pedir cosas, han pensado en meter una multa de no te menees al que mire a los ojos a un policía o le cuente la verdad de la vida a un diputado, así que sólo voy a tener oportunidad de interactuar con los Padres de la Patria en forma de juguetes o votando cada cuatro años, que para el caso es lo mismo.

Si preguntas, te dirán que he sido bueno. He pagado con mi dinero mis deudas y las de otros que tenían más dinero y más deudas que yo. Y me lo he comido todo, lo que debía y lo no. Así que no me falles Superman, no me falles.


viernes, 6 de diciembre de 2013

Quiero ser un villano de comic

Algunas actitudes bienintencionadas de personas de mi entorno pueden llegar a molestarme. Por ejemplo, que con el mayor de los cariños me metan un calcetín sucio en el ojo o que, por hacerme reír,  un mono sin estudios moje un testículo en mi sopa. Son buenos ejemplos de esas cosas sin mala intención que me incomodan sin saber uno por qué. Otro ejemplo de estas actitudes que me amuelan es que me digan benevolentemente que soy una buena persona. Yo no soy como Antonio Machado que encontraba un buen sentido a la palabra  "bueno". Les explico por qué:

Hay una frontera casi invisible entre ser bueno y ser ingenuo, de manera que a veces es difícil  inferir si la intención del que nos reputa de buenos es alabar nuestras bondades o manifestar, sin herirnos, nuestras mermas. A veces, el que nos llamen buenos esconde otra cosa que nos niegan, como aquellas mujeres que me hablaron de "belleza interior", pero que no quisieron acostarse conmigo o aquel jefe que me alababa en el trabajo y luego me asignaba a mí la tarea de ese caradura que todo el mundo despreciaba por vago o inútil. 

Con ese paranoico e inexplicable sentido de la justicia que tiene el Destino, las chicas se suben a las motos de los más malotes, ascienden en la escala social los más aborrecibles y pagan los impuestos que mantienen el sistema los más honrados.

Por esto quiero ser un auténtico villano de cómic, de ésos que disfrutan de todo lo que la vida puede dar: poder, dinero, admiración y sexo. De esos que durante casi todas las páginas del cómic consiguen hacer su santa voluntad y sólo al final, en las páginas finales, les estropea los planes un fantoche vestido ridículamente y con un sobrevalorado sentido de la honestidad. Los atribulados ciudadanos de la ciudad sufren durante todo la historieta y cuando, gracias al héroe, se ven libres de la lacra, se les acaba el relato sin darles tiempo a disfrutar de la tranquilidad conseguida con tanto esfuerzo. 


Quiero ser uno de esos malvados que saben perfectamente que al final se escaparán de rositas, para poder liderar el mal en el siguiente cómic, y encontrarán nuevos e ingenuos secuaces, buenas personas en el fondo, que palmen por ellos y paguen sus culpas.

Quiero ser un villano de esos que pueden mentir, desdecirse, reconocer sus errores y volver a mentir sin perder por ello sus fieles seguidores-votantes. De esos que pueden acumular millones en Suiza y conseguir que les devuelva Hacienda sus cuotas del IRPF. De esos que delinquen a pecho descubierto y sólo son juzgados sin riesgo alguno por los delitos que ya han prescrito. De esos que, si acaso el caprichoso azar les depara un auto de ingreso en prisión, duermen tranquilos en dorado aislamiento, sabiendo que el Ministerio Fiscal se encargará de sacarles del apuro, con mayor diligencia que su propio abogado defensor.

En fin un villano de esos que los ciudadanos buenos y honrados sostienen sua pecunia. De los que cuando son descubiertos por la prensa "canalla y falaz" tienen siempre medios de salir airosos o de los que no conocen los servicios públicos de empleo, porque si pierden su puesto en la política, les reciben con fanfarrias y chears leaders en importantes consejos de administración. 

Y sobre todo, como un buen villano de cómic quiero reírme mucho, con la boca bien abierta, a carcajada limpia y sin inhibiciones. Reír y reír todo el tiempo y no como esos héroes pusilánimes, eternamente preocupados por el bien común. 

Así que el día que quieran halagarme, díganme: «tío Eugenio, eres un canalla»

jueves, 14 de noviembre de 2013

La parábola de la inundación casera

Les voy a contar una historia en dos versiones.

En cierta ocasión, se rompió la llave de un radiador de la calefacción de mi casa. Diligentemente, cerré las llaves de paso para que no se inundara el piso, pero aún así no pude evitar que saliera suficiente agua como para estropear el parquet de mi salón y provocar humedades al vecino de abajo. Llamé a la empresa aseguradora y vinieron peritos, fontaneros, pintores y soladores. Se arreglaron las cosas y después de eso, el vecino y yo nos saludamos cordialmente cada vez que el azar nos junta en el portal.

Ahora imagínense esta otra versión de la historia:

Al romperse el radiador de la calefacción y derramarse el agua por el piso, informo inmediatamente al presidente de mi comunidad de vecinos. Éste, en vez de dar instrucciones para minimizar el posible daño, consulta con el administrador y los vocales del edificio. Alguno de ellos, iluminado por el Gran Espíritu de las Geniales Ideas ordena que se abra la puerta de mi casa, para que el agua salga hacia la escalera. El resultado conseguido es que la inundación afecta a toda la finca, se estropean los muebles, se desalojan las viviendas y se ahogan los gatitos que no pudieron ser rescatados por sus amos.

Los vecinos de los inmuebles cercanos ayudan personalmente a limpiar y reparar los destrozos, y entre todos, contribuyeron económicamente a restaurar la situación.

Diez años después, nadie ha asumido ninguna responsabilidad. Yo sigo tan tranquilo en mi casa restaurada, ninguna aseguradora ha pagado indemnizaciones a los dueños de los gatitos y los cargos de gobierno de la comunidad de vecinos vuelven a ser los mismos iluminados que aquella vez, a los que no les ha pasado ni el tiempo. 

¿Les parece una versión de la historia imposible e inverosímil? Pues no lo es. Sustituyan el agua de los radiadores por "hilillos" de gasoil y tendrán la historia del Prestige.

Es España la que es inverosímil.

martes, 12 de noviembre de 2013

Espiar en tiempos revueltos

→ (Nota para las agencias de inteligencia que intercepten este blog: el autor jura que nunca ha tenido la intención de atentar contra el presidente de los Estados Unidos, aunque no niega que, de tener una  oportunidad franca, le retorcería con gusto los pezones) ←
→ (Nota para los lectores: disculpen si ésta les parece una entrada llena de arquetipos, falsos prejuicios y lugares comunes sobre espionaje. Lo sé, estaban todos juntos en un estante de mi cerebro y los he desclasificado antes de que lo hiciera Snowden)←

Ya no se espía como antes.


Ahora en este mundo loco, donde todo cambia y se envilece por el progreso, espiar se ha convertido en algo vergonzoso. Yo, como seguramente le pasará a usted, añoro los espías de la postguerra, los dignísimos y honorables espías que hemos conocido por las novelas de John Le Carre o Frederic Forsyth. Aquellos espías eran señores muy respetables con su gabardina y su sombrero de ala ancha para saludar o elegantes damas vestidas de mujer fatal, pero fatales de verdad, esas que con sólo dos bocanadas de humo convertían tu vida en un maravilloso infierno. Nada que ver con los freakys medio autistas que con chandal y sin afeitar asaltan hoy en día nuestros ordenadores. Hoy espía mejor un hacker de quince años que un señor hecho y derecho y, encima, cuesta encontrar una buena gabardina.

El espionaje de ahora es inmoral porque:

Antes se arriesgaba la vida espiando porque había que entrar en casa del enemigo y hacerse un book en microfilm con todos sus secretos,  que por supuesto estaban en papel, con el sello en rojo de TOP SECRET en una esquina, como corresponde a los secretos elegantes y bien hechos de antes. Hoy ya no se imprimen los secretos, porque está mal visto gastar papel, las confidencias vuelan por la nube de internet y no hay que arriesgar la vida para apoderarse de ellos, sino simplemente cazarlos al vuelo.

Antes se espiaba de uno en uno y siempre se elegía a gobernantes, potentados, malvados o simplemente espías contrarios. Ahora se interceptan millones de llamadas, indiscriminadamente, da igual si son de moros o de cristianos, espían a todos incluidos usted y yo, pobres inocentes que no nos metemos con nadie.

Antes se espiaba sólo a los países enemigos, que eran muchos, pero todos sabíamos cuáles eran. Ahora, se espía también a los países amigos, a los países hermanos e incluso a los países cuñados. Nos espían nuestros amigos y en virtud de un sentido de amistad mal entendida, nuestros servicios de inteligencia colaboran felices en espiarnos para ellos.

Antes se espiaba in situ, en el país enemigo, donde había que confraternizar con las gentes y sobornar en dólares a las autoridades locales, práctica que tenía el beneficioso efecto de redistribuir la riqueza mundial. Ahora se espía desde un satélite, sin dejar ni una sola divisa en el país espiado ni hacer una sola amistad.
Antes los espías pasaban los secretos a sus agencias de espionaje que los seguían manteniendo en secreto. Hoy se venden los expedientes reservados a los semanarios dominicales para que todos, por dos miserables euros con cincuenta,  nos enteremos de los entresijos del Vaticano o del Pentágono.
Sin embargo, no todo está perdido. Yo tengo cierta empatía con los espías, porque a mi también me gusta enterarme de lo que hace el vecino y me encanta leer por encima de hombros ajenos en el transporte público.Yo perdí hace tiempo la ilusión de que tenía algún derecho a la intimidad. Ahora lo que reivindico es sólamente que me dejen acceder a mi intimidad, que pongan todas esas comunicaciones que nos han interceptado a nuestra disposición. Esas conversaciones íntimas o profesionales, importantes o fútiles que nos han robado son legítimamente nuestras y debemos exigir que nos las proporcionen cuando lo solicitemos. Y así podríamos...
  • ...Recuperar recados importantes de nuestro contestador o correos electrónicos que habíamos dado por perdidos.
  • ...Obtener las grabaciones de aquellas conversaciones telefónicas donde surgieron promesas de matrimonio o de amor eterno y que ahora necesitamos para reprochar la frágil memoria de nuestros amantes.
  • ...Volver a escuchar las felicitaciones de aniversarios o la voz del niño que nos llamó papá por primera vez durante una llamada desde el trabajo.
No les niego el derecho a espiarme, porque sería un esfuerzo estéril. Espiar se hace sin derecho a hacerlo, eso es obvio. Simplemente reclamo mi derecho de acceso a las grabaciones de mis llamadas o mis correos electrónicos.

Ya que han violado mi intimidad, que me sirvan de copia de seguridad.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Bombas, funcionarios y artículos de tocador estrafalarios

Hay que poner coto a tantos desmanes. 

Normalmente, suelen venir por el dinero, ese vil metal. Yo reconozco que cada uno se lo puede gastar en lo que le plazca. Por ejemplo, invertir un millón de euros en comprar un único rollo de papel higiénico fabricado con oro en vez de con celulosa que, según las noticias de esta semana, venden unos simpáticos señores del Japón.

Aparentemente es una excentricidad simpática e inocua, aunque yo, personalmente,  prefiero para mi servicio el papel ese que desenrollaba por toda la casa un lindo cachorrillo juguetón. Sin embargo, no lo es. Me parece delirantemente insultante que, coincidiendo en fechas con el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza aparezca alguien dispuesto a limpiarse el culo con oro, sin importarle cuánta gente no tiene para comer ni tampoco qué pobre criatura ha sufrido para extraer el metal, ni siquiera cuánto arsénico ha contaminado el paisaje. 


Precisamente, como el papel higiénico con el que se limpia la Gran Europa sus desmanes es como deben sentirse los funcionarios portugueses, que van a sufrir nuevos recortes en sus salarios. Ya saben, un nuevo sacrificio por el bien de la nación. A los funcionarios españoles también se les congelará el sueldo, pese a que los brotes verdes siguen proliferando en todas las ruedas de prensa donde haya políticos desde que empezó la crisis. Hasta nos hacen creer que los salarios crecen y que si nos sentimos más pobres hoy que el año pasado, es seguramente por codicia.

Tampoco los funcionarios norteamericanos estarán contentos, que no cobrarán porque su administración se ha paralizado a lo tonto tonto. Lo que ellos llaman shutdown y nosotros falta de seso. En este caso no es la falta de dinero, sino la falta de acuerdo sobre cuánto gastar. Es un bonito y llamativo desmán que el Tea Party regatee el dinero destinado a financiar la reforma de la sanidad pública y no discuta el dinero que se destina a bombardear terceros países. Países como Siria, donde, muy oportunamente, la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas ha recibido el premio Nobel de la Paz 2013, lo cual fortalece la posición de quienes afirman que el régimen de Bachar al Assad es malísimo y bombardeable. Ha dejado sin Nobel a  Malala Yousafzai, que era una niña que lo único que tenía a favor del premio era merecerlo.

Tanto sindiós me cansa ya. Me voy un rato al cuarto de baño a usar mi rollo de papel de oro, mi cepillo de dientes engastado en brillantes y mi dentífrico de caviar. Me acuesto tranquilo porque sé que hay más beatos españoles en los cielos, nada menos que quinientos y con esa fuerza viva, nada malo nos ha de pasar. 

Parece que todos hayamos tenido un shutdown en el cerebro. 


lunes, 30 de septiembre de 2013

Otoños, caderas y penes de madera.

El tiempo está loco. Esta semana, por fin, han traído el otoño a España. No el otoño oficial de calendario y con carné de otoño, sino ese otoño que trae agua y cumple con las expectativas de todos los niños que en sus cuadernos de clase representan esta estación con lluvia y hojas caídas, así como la primavera la pintan con flores y el invierno con nieve. Propongo abolir el veranillo de San Miguel, y los febrerillos locos, para que el tiempo se parezca más al que dibujan los niños.

Por lo demás, en esta semana hemos llevado la cadera del rey al taller y como estamos locos, nos ponemos a debatir a lo tonto si debería haber ido a un hospital público o privado. Si allá donde va ocupa él solito una planta entera, que sea de uno privado y no de uno donde vayamos los demás. Encima, dado que es una avería persistente, propongo que no está de más pensar en poner uno nuevo, aunque por supuesto, yo no entiendo nada de mecánica de reyes,  yo sólo sé que, precisamente esta misma semana, he renovado mi lavadora por mucho menos.

Entre las locuras de la semana no pueden faltar las de nuestro gobierno, que ha tranquilizado a los funcionarios afirmando que este año tendrán paga extraordinaria en Navidad. Se les congelará el sueldo, por supuesto, pero tendrán paga extra. para volverse locos de alegría. Una año más, este es el año de la recuperación. A lo mejor, es también el año que aciertan. Propongo que al presidente se le congele el bigote.

Una de las fotografías subastadas, de Allen Jones.| Christie'sLocos, lo que se dice locos son los que pagaron dos millones de euros por imágenes y pinturas de Kate Moss. Si se las puede bajar uno por internet. El derroche de dinero, en un mundo donde hay tanta fatiga y sufrimiento, podría ser delito de lesa humanidad, pero no lo es. Es síntoma de buen gusto, parece. Si fuera delito, el futbol sería ilegal y los presidentes de equipos que pagan 90 millones de euros por contratar a un sólo trabajador, sufrirían cadena perpetua.

¿Y qué me dirían de los "dueños" de Qatar, que están derrochando tantos millones como piedras tiene el desierto en construir estadios, trenes y carreteras para el próximo Campeonato Mundial de Fútbol? Derrochan millones y, según The Guardian, también vidas. Dicen que 44 trabajadores han muerto de calor en las obras, por negarles el descanso y el agua durante la jornada en pleno verano arábigo. Por ahorrarse unas pelillas.

No me extraña que en un mundo tan absurdo, tengamos la mentira a flor de piel. Un tal Licciardi, atleta e impostor de bajos, intentó dar el timo del cambiazo a los jueces que le hacían el control de orina. Como son perros viejos, o tal vez viejos verdes, querían en ver en persona el grifo de donde salía la muestra que les iba a entregar el atleta. En sus mismas narices, disimuló con  un postizo y llenó el bote con orina de un cuñado suyo, abstemio y vegetariano. Le pillaron, claro, si no, no sería noticia.

El mundo está loco, loco, loco.

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domingo, 29 de septiembre de 2013

Estamos trabajando para usted





Este blog se encuentra en obras. 

Estamos trabajando para usted.


Estoy pensando en cómo refundar este diario, aunque la señal 

parece la de un obrero paleando mierda...

Tengan paciencia



jueves, 6 de junio de 2013

Cuatro políticas con freno y marcha atrás

N. del A. El admirable Jardiel Poncela me proporciona el título para poder hablar de más desafueros, injusticias, arbitrariedades, excesos, abusos, atropellos, tropelías, alcaldadas y desmanes que crecen generosamente en los feraces páramos de España y que consiguen que sienta que vamos marcha atrás, como si al país se le hubiera acabado la gasolina en lo alto de una cuesta.
Año IV Opus 131
Hoy no hablo de recortes.

La palabra "recorte" ya me aburre más que contar las hojas de un paquete de folios, porque de unos años a esta parte, todas las instituciones públicas o privadas y todas las familias humanas o animales se han desatado orgiásticamente a reducir los gastos con el mismo frenesí con que antes se despilfarraba. El resultado de tanta mengua nos inunda y nos satura y, a este paso, pronto llegaremos al punto en que ya no nos duelan los azotes.

Por esta razón me he propuesto no hablar más de esta locura, que ya está todo dicho y oído salvo la palabra "basta" en las bocas que deben pronunciarla. Para compensarlo,  he puesto el ojo en las antípodas, es decir, en aquello en lo que en vez de recortar, la política institucional fomenta y ayudará a invertir. He descubierto una nueva máquina del tiempo que nos arrastrará a tiempos remotos. Hagan ustedes la media:

Un retroceso de veinte siglos: el fracking
(Retrocedemos hasta los romanos, quienes ya usaron esta técnica en Las Médulas y, aunque hoy queda un paisaje precioso, hay que ver cómo lo dejaron)


La política energética ha dejado de primar las energías renovables y apuesta claramente por técnicas como el fracking, que no es vestir con elegancia un frac, como el James Bond de Roger Moore, sino una técnica para la extracción de gas natural consistente en inyectar agua con determinados productos químicos en la  Madre Tierra, para liberar las bolsas de gas que hay bajo el terreno. Aunque ya se hace sin esperar a la ley, cuando en muchos países se están prohibiendo estas técnicas, aquí vamos a regularlas. Cuando ellos vuelven, nosotros vamos.

Un retroceso de un siglo atrás: la fiebre del oro en Galicia
(Retrocedemos hasta el XIX, cuando se buscaba oro en California, en Siberia o en Mongolia)

Mina de oro a cielo abiertoEl oro es muy caro. Un kilo de oro no sólo nos cuesta 20.000 euros, sino que también nos cuesta unas hectáreas de monte perdido por la apertura de la mina y unos kilos de arsénico envenenando el subsuelo por el proceso de separación del mineral (y si además, procede de determinados países, también puede costar  la vida de algún niño obligado a internarse en agujeros en la tierra) En vez de proteger el paisaje gallego y la tierra que donde se crían grelos y cachelos, la política minera es fomentar la mina a cielo abierto con la eficaz excusa de que crearán 1600 empleos, oro para hoy y hambre  y arsénico para mañana.

Un retroceso de 50 años: La Ley de Costas
(Retrocedemos hasta la época del Landismo, cuando se perseguía a las suecas en bikini)

Los prohombres de negocios de los años del Milagro Español  buscaron la Gallina de los Huevos de Oro  en las playas españolas del Mediterráneo y la sepultaron bajo un manto de cemento y hormigón, casi a ras del agua. Para evitar que las playas desaparecieran, cuando ya era tarde se prohibió construir a menos de los cien metros, pero ahora ese límite se ha vuelto a dejar en veinte. Lo que son dos filas de sombrillas.  Quedan 80 metros de playa para resucitar el mundo del ladrillo o construir maravillas de la Humanidad como el Hotel Algarrobico, ese que cuesta más derribarlo que construirlo.

Un retroceso de 77 años: la privatización del agua
(Retrocedemos hasta la época anterior en que La Declaración de Derechos Humanos estableció que el agua es un bien de todos)



Que el derecho de acceso al agua potable es de los más importantes es sabido sobre todo por aquellos que no lo tienen, más de mil millones de personas. Y es ignorado por quienes piensan que se puede convertir en un bien comercial. En un país donde el agua escaseará dentro de algunos años merced al calentamiento global y al consumo sin control en campos de golf y piscinas privadas, la política hidrológica es subir las facturas a los ciudadanos y luego privatizar las distribuidoras en unas condiciones inmejorables. Cuando haya escasez, veremos la solidaridad y hombría de bien de las empresas privadas.


Somos corazones con freno y marcha atrás. Vamos de culo.






viernes, 10 de mayo de 2013

Vida sencilla y sana

N. del. A. La tragedia de Bangladesh debería concienciarnos de que nuestros hábitos de consumo son responsables de buena parte de las desgracias que asolan el mundo y tal vez, en el futuro, hagan el trabajo del meteorito destinado a destruir la vida en el planeta. Pero ninguno de nosotros queremos que nos molesten, mejor mirar a otro lado. Somos así.
Año IV Opus 130
Esta mañana me he levantado temprano, cuando el maldito radio despertador fabricado en el sudeste asiático por mano de obra infantil ha inundado el silencio de mi habitación con las noticias de una emisora radiofónica que, como todas, difunde información tergiversada y tendenciosa. He refunfuñado y jurado  como un galeote, a pesar de que el sólo hecho de madrugar para ir al trabajo cada día laborable me diferencia de algo más de cinco millones de personas sólo en España.  No es bonito, pero qué le voy a hacer.

He desayunado un vaso de leche de vacas criadas y ordeñadas industrialmente donde he disuelto un par de cucharadas de cacao, cultivado y molido en un asolado país de África por unas pobres gentes a las que malpaga una multinacional europea. Después, me vestí con ropa sencilla, no soy de mucho presumir, así que me bastan las prendas que compro en tiendas de moda, bonitas aunque baratas, porque se fabrican en Bangladesh, bajo uno techos que se vienen abajo en cuanto la ocupación humana apenas supera el quinientos por ciento del aforo. No es bonito tampoco, pero qué le voy a hacer.

Acudo al trabajo en el metro, gracias a ese milagro que es la energía eléctrica que generan nuestras centrales nucleares, las cuales no me preocupan porque son fiables al cien por cien, según nos aseguran los grandes divos del Consejo de Seguridad Nuclear, a quienes Dios Guarde Muchos Años (cerca de un reactor, si es posible). Bien pensado, no puedo decir que es bonito, pero qué le voy a hacer.

Ya en la oficina, he podido atender muchos clientes, merced a las disputadísimas tierras raras que son parte imprescindible de los chips superconductores de mi ordenador. Puede que en el futuro estemos en guerra con China por el control de esos lantánidos. Y también puede ser que el litio que alimenta las baterías de mi móvil acabe algún día con los bellos salares bolivianos. Sé que todo eso no es bonito, pero qué le voy a hacer.

Al llegar a casa, como no tenía atún de ese que se pesca dinamitando delfines, tuve que utilizar mi coche para ir al supermercado, a pesar de que sé que el efecto invernadero nos augura un árido y terrible futuro, pero lo he contrarrestado utilizando combustible con mezcla de biodiésel, es decir, que se rebaja la carga de carbono de origen fósil con carbono de origen alimentariamente injusto. Dicho así, está claro que no es bonito, pero qué le voy a hacer.

Cuando por fin puedo descansar en casa, pongo lavadora y me ducho a placer, sin miedo a gastar agua porque este año ha llovido mucho y no recordamos ya los años de la pertinaz sequía. Ceno una ensalada con insulsas verduras traídas en avión desde el otro lado del planeta y me hipnotizo con el fútbol que profusamente me sirve la televisión a diario. Bonito, lo que se dice bonito no es, pero qué le voy a hacer.

Esta es mi vida sencilla y sana, en la que transcurren pacíficamente los días sin haber hecho daño a nadie. La vida no es justa, alguien tiene que solucionarlo. Alguien que tenga tiempo, que yo tengo que ir a comprarme un chándal o a planificar mis vacaciones. Soluciónelo usted, por ejemplo, yo no puedo porque sólo estoy programado para consumir, contribuir y, cada cuatro años, votar. Porque yo no soy responsable de... ¿nada?

Está claro que no es bonito, pero si sabe de algo que pueda hacer yo, no me lo diga. Por favor, no me moleste.

lunes, 8 de abril de 2013

Disculpe el señor

De Manel Fontdevila, en El Diario.es 
N. del A.: Hoy, clase de lexicografía, la crisis nos enseñan nuevas palabras, entre otras, escrache. No lo tomen a broma, cada vez hay más pobres en España y el número ya es alarmante. Como dice la canción de Serrat, "disculpe el señor, pero este asunto va de mal en peor".  
Año IV opus 129
La diosa Crisis no sólo destruye, también aporta cosas a la cultura del siglo XXI. Entre otras cosas, nos enseña a todos un nuevo lenguaje, nuevas palabras y nuevos conocimientos que antes ni imaginábamos. Antes del 2009, nadie hablaba de la deuda soberana, del riesgo país,de la prima de riesgo o de la dación en pago. Ahora en cambio, son palabras que salen espontáneamente en cualquier charla de café. Para nuestra desgracia, hemos recibido un curso acelerado de economía aplicada vía noticiarios y ningún informe PISA va a reconocer nuestro aprendizaje.

Con la inestimable ayuda de periodistas y políticos, hemos pervertido el significado de otros muchos términos: llamamos rescatar un país a lo que racionalmente deberíamos llamar condenarlo. Una quita era antes la condonación de una deuda; desde lo de Chipre, esa palabra significa que te clavan una deuda que no es tuya. Se dice medidas correctoras o ajustes donde debía decir supresión de servicios. Por último, antes llamábamos terrorismo y golpe de estado a cosas completamente distintas a ejercer el derecho de libertad de opinión, como al parecer significa ahora.

Una tercera vía es la de importar palabras. Del otro lado del charco nos llegan palabras que jamás creíamos que usarían en nuestras carnes. De Argentina nos llegan los términos corralito y escrache.  Cada vez que el Gobierno asegura que es «absolutamente impensable» que suframos un corralito como el que sufrieron los argentinos en 2001 salgo corriendo al banco a retirar todo mi dinero. En la sucursal me devuelven a la realidad y me convencen de que no estoy en peligro, porque tengo mi cuenta más desolada que el aeropuerto de Castellón.

Otra cosa es el escrache, que en Argentina se acuñó en 1995, para señalar con el dedo a torturadores y asesinos. Aquí,  según la Delegación del Gobierno,  los terroristas son los que señalan, no los señalados. Particularidades de la madre patria. Sin embargo, sepan que esa técnica ya había sido ideada por Joan Manuel Serrat en 1992, aunque sin usar ese nombre. 

Si no me creen, escuchen el siguiente vídeo. Millones de pobres acuden al recibidor de la casa de un rico. Es un escrache pacífico en toda regla.




lunes, 25 de marzo de 2013

Amanece que no es poco



N. del A. Me había prometido no escribir sobre política durante algún tiempo, pero se ve que con la política es imposible no faltar a la palabra dada. El otro día comentaba en un blog amigo sobre las películas de cine español y al hablar de ésta se me vino a la cabeza que nuestro país es un lugar tan absurdo como el argumento de esta película rodada en la Sierra del Segura.
Año IV, opus 128


Cuando José Luis Cuerda rodó "Amanece que no es poco" con un guión que recreaba situaciones y personajes absurdos en un pequeño pueblo perdido de la mano de Dios, poco sospechaba que veinte años después España se iba a convertir en un escenario tan absurdo y delirante como el de la genial comedia. Muchas son las escenas de la película que me recuerdan nuestro presente, este presente raro y diferido como las indemnizaciones simuladas, que nos conduce a no sabemos dónde y nos trae añoranza de tiempos pasados que, no lo olvidemos, tampoco nos parecían buenos. Baste mencionar algunos lances de la película que nos recuerdan a la situación actual:

Allí los hombres brotaban silvestres
en los bancales. Es más ecológico
 que buscar novio en internet
Como los habitantes de  aquel pueblo, los españoles nos hemos acostumbrado a ver con absoluta normalidad lo más increíble, hechos  inimaginables en tiempos no muy lejanos,  exhibiendo la resignación de quien se enfrenta a lo inevitable. A pesar de las mareas ciudadanas, de las conversaciones de café y de los hervores en las redes sociales, se acepta resignadamente la idea, propagada intencionadamente sin duda, de que lo peor está por venir y que mejor se está de tuerto que de ciego. De este modo se explica que se hagan huelgas salvajes, no para mejorar, sino para conseguir que la reducción del sueldo sea inferior a lo previsto.

Esta resignación estoica ayuda a algunos a pasar por alto los gags más dementes que nuestros histriónicos gobernantes han representado en los últimos tiempos, como por ejemplo,  facilitar los despidos para crear más empleo, fomentar la actividad de los casinos mientras se penaliza la de los teatros o confundir los golpes de estado con manifestaciones populares, precisamente el rasgo más conocido, junto con las urnas, de una democracia.
El munícipe por antonomasia,
con su turgente querida

En aquella película, brotaban silvestres los hombres guapos en los bancales; en las tierras de nuestra España, abonadas con sudor y descaro, medran especies vivaces de tesoreros y oportunistas que lo invaden todo y que tienen hojas de cualquier color político con la savia negra del color de su dinero. Estos políticos que se guisan en pepitoria la gallina que nunca puso huevos de oro, son personajillos que se han creído a pie juntillas el rol del alcalde que encarnaba José Luis Alonso, es decir, se creen que ellos son necesarios y los ciudadanos somos contingentes, cuando es al contrario.

Además,  se permiten planificar unas políticas cambiantes de un momento a otro, como aquellos surrealistas exiliados argentinos que un día olían bien y al siguiente montaban en bicicleta y que nos llevan a situaciones tan absurdas como defender la sanidad pública privatizando los hospitales, como rescatar al prestamista y no al desahuciado, o plantear una mejora de la calidad de la educación  mediante la original idea de enseñar menos arte a nuestros pequeños a cambio de enseñarles a hacer negocios (emprendedores lo llaman). Tal vez piensen que faltan negociantes y buscavidas en nuestros pagos. O tal vez pretendan dar las calificaciones "en negro" y dentro de un sobre para avezar a los alumnos y alumnas en las herramientas del poder, o tal vez, consigan que el alumnado se sienta reprimido y perjudicado por una reválida impuesta como sucedió a los escolares de la escuela del cinematográfico pueblecito.

Los escolares se rebelaban ante una educación anticuada.
Tome nota, señor ministro, tome nota
Lo más terrible es que el peligro siempre presente de esta España surrealista y prodigiosa es que acabemos igual que el film de Cuerda: con un guardia civil disparando contra el prodigio. Es un final recurrente en la historia de España y conocido por los que aún aprendimos historia en el colegio.
El cabo se "cagaba en el misterio"  de que
amaneciera por donde no lo esperaba la
Autoridad. Amanezcamos mañana por donde
nos dé la gana.
Y no queremos verlo como sucedió hace ahora treinta y dos años.

jueves, 7 de marzo de 2013

Fantasías animadas de ayer y hoy.


N. del A. El blog de natsnoC, Chez Morera, celebra su segunda semana temática con el tema la Fantasía. Una estupenda idea a la que me he sumado sin pensarlo, como se hacen las grandes cosas de la vida. A pesar de sus muchas acepciones, la  palabra me trae recuerdos de dibujos animados y de eso hablo hoy.

Año IV opus 127

Como le sucede a casi todos, no se me da muy bien eso de escribir sobre un tema decidido previamente. Ser bloguero es un oficio romántico y por lo tanto, tenemos absoluta dependencia de las Musas, que inspiran sobre lo que ellas quieren y no aceptan encargos. Pese a ello, si algún día quiero ser alguien en esta sociedad de pelotas y correveydiles es menester que aprenda a escribir al dictado, así que lo intento. Al fin y al cabo, se trata de escribir sobre un tema libre porque nada hay más libre que la fantasía.

Sobre la palabra fantasía hay miles de posibilidades, pero la primera idea que me saltó de los pliegues del hipocampo fue recordar aquellos dibujos animados de la Warner que empezaban "Fantasías animadas de ayer y hoy presentan...". Curiosamente también me vino a la cabeza Walt Disney y su lema "El mundo es una cascada de colores". Esto me demuestra que, al menos en mi cabeza, la palabra fantasía está relacionada con la infancia. Parece que la madurez consiste en alejarnos de las fantasías, salvo de las sexuales y aferrarnos a realidades asibles. Dado que todavía me gustan las películas de animación, debe ser que tengo aún mucho que madurar.

En aquellos años felices la paternal y única Televisión Pública nos dosificaba los dibujos a unas horas concretas de la programación televisiva, entre las seis y las ocho de la tarde los días de diario y luego los sábados por la mañana. Esto ayudaba a los padres a crear hábitos de horario en los hijos, pues había horas para la televisión y horas para otras cosas, no como ahora que con tantos canales hay programación infantil incluso de madrugada. En este punto no podemos usar la palabra progreso.

En esa reducida ventana horaria teníamos que aprovechar para ver los dibujos de Merrie Melodies y las aventuras de Busgs Bunny, el Pato Lucas, el Gallo Claudio, el invencible Correcaminos... En esta serie salía el personaje de Elmer Gruñón (Elmer Fudd) cuyo carácter irascible, su carita mofletuda y enorme cabezón me ocasionó que aún hoy mis hermanos me llamen Elmer.
Hay que decir que yo tenía otras preferencias, y era la inacabable variedad de los personajes de Hanna y Barbera. Por citar sólo algunos: el Gorila Maguila, el Perro Pulgoso, Leoncio el León y Tristón, los Autos Locos...Me encantaba ver al Oso Yogui por su capacidad para devorar emparedados de varios pisos porque yo entonces ya era un glotón. Adorable era el padre de familia de Los osos montañeses, hombre holgazán y de pocas palabras que sólo se levantaba de su mecedora para disparar a sus vecinos. 

De la serie de Terrytoons fui menos aficionado. Nunca me hizo mucha gracia Super Ratón, ese personajillo que nos inducía  al dopping, recomendando que no olvidáramos supervitaminarnos y mineralizarnos. Los ciclistas imputados en la Operación Puerto deberían denunciarle. 
Lo mismo podría decir de Popeye, y de su repelente novia Olivia,  una mujer voluble donde las haya, (en ella se inspiraría Verdi para su  Donna e mobile), porque en las peleas entre Brutus y Popeye cambiaba alternativamente de bando según el signo de la liza. Sólamente me atraía ver a Pilón comer pizzas y hamburguesas, ya que las entonces sobrevaloradas espinacas de Popeye no me abrían el apetito.

Por supuesto, hago mención especial a la Pantera Rosa, de la que aún hoy soy fan incondicional. Se demuestra que la palabra no es imprescindible, algo que ya sabíamos desde los tiempos de Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd.

Y termino con una referencia a los dibujos modernos, de los que ven los chiquillos hoy en día. Si la palabra fantasía tiene algo que ver con Creatividad, eso se demuestra con la serie de Bob Esponja. Cuando ya creíamos que toda la fauna había sido representada en un personaje de dibujos animados, nos sorprenden con un entrañable objeto que todos tenemos junto al bidé para darnos brillo y esplendor allí donde la nobleza escasea. Fantástico.


lunes, 25 de febrero de 2013

Meteorito en Móstoles

N. del A.: Pido disculpas por retrasarme tanto en publicar algo sobre el meteorito que cayó en Rusia hace dos semanas. Yo tenía esto a medio escribir, pero me he entretenido con tontunas y ahora me pongo a ello. Espero que los meteoritos, asteoroides y otros cuerpos estelares no me lo tengan en cuenta. 

Año IV, opus 126
Móstoles es un pequeño pueblecito entrañable donde vivimos casi 200.000 habitantes todos desconocidos entre sí, y que habitamos amontonados en bloques de 10 pisos, para ahorrar casco urbano. Este hacinamiento es un imán para meteoritos, que podrían hacer con nosotros lo mismo que a los dinosaurios de hace 65 millones de años, es decir, aprovechar un momento en que estaban todos juntos para exterminarlos de una  sola pedrada. Dentro de un tiempo, se podría hacer una película llamada Mostolensic Park, con reconstrucciones virtuales de rugientes mostoleños en plan depredador. Mientras eso sucede, yo voy a imaginarme cuál sería la reacción de la vida pública española si cayera un meteorito de medianas dimensiones en el mismo Móstoles:
  • El alcalde de Móstoles, quien se salvó gracias a que, como buen vecino, vive en otro municipio para no manchar el suyo, se fotografía inaugurando el nuevo meteorito. Los únicos doce mostoleños supervivientes, recién nombrados concejales,  le aplauden.
  • El Gobierno de la Nación anuncia oficialmente que "no le consta" que haya caído ningún meteorito, y que en cualquier caso, ya ha sido expulsado de su partido.
  • El partido de la Oposición exige la dimisión del ministro del ramo, del "Hombre del Tiempo" y de Stephen Hawking.
  • El alcalde de Móstoles se fotografía inaugurando los nuevos contenedores de basura que sustituyen a los que ha destruido el meteorito
  • Las Comunidades Autónomas exigen compensaciones al gobierno central por la discriminación patente de que a ellos no les caen meteoritos.
  • Telecinco idea un nuevo reality show donde antiguos futbolistas y Belén Esteban compiten por cabecear un meteorito
  • El Gobierno regional declara que el meteorito es indudablemente un bien público de todos los ciudadanos y a continuación, publica un concurso para privatizar su gestión.
  • El alcalde de Móstoles se fotografía en el I Foro de Meteoritos Emprendedores
  • El gobierno recuerda que los meteoritos son una herencia del gobierno anterior y de paso anuncia la supresión de otra paga extraordinaria a los funcionarios, por "razonesh cosmicash imprevistash"
  • El programa dela Sexta El Follonero de Jordi Evolé demuestra que en otros países los meteoritos caen siempre en áreas despobladas merced a las medidas preventivas de sus gobiernos, mientras que en España caen en áreas superpobladas por pura desidia.
  • La prima de riesgo del Estado español se dispara, no por el meteorito,  que les importa un colín a los mercados, sino porque ya tocaba.
  • El gobierno regional tranquiliza a Las Vegas Sands dándoles garantías de que no habrá meteoritos en Eurovegas y de que tendrán más exenciones de impuestos.
  • El blog del Tío Eugenio  se cierra por descalabro interestelar de su autor (por su enorme cabezón se llevó lo peor del impacto).  El  partido de la oposición, que no se ha enterado del descalabro, exige la dimisión inmediata del Tío Eugenio
  • El Alcalde de Móstoles se fotografía inaugurando el nuevo blog del Tío Eugenio, que ahora es punto de encuentro de empresarios e inversores.


jueves, 14 de febrero de 2013

No matéis a tiros ni a Zombis ni a Vampiros

N. del A. Reivindico hoy los derechos de zombis, vampiros, orcos y demás criaturas que en el cine, la televisión o en los videojuegos son objeto de nuestro prurito de matar y matar. Ellos también nos quieren matar a nosotros, pero yo pregunto ¿quién empezó primero?
Año IV opus 125
No me gustan las películas de zombis ni las de vampiros. En este punto creo estar en contra de las últimas modas mayoritariamente aceptadas por los consumidores y que previamente han sido sin duda ideadas y planificadas por alguna oscura sociedad secreta compuesta por productores de cine y técnicos de márquetin. 

No me gustan las pelis de zombis porque son muy crueles. Se permiten mostrar escenas en las que los protagonistas destrozan indiscriminadamente cabezas de seres humanos, niños incluidos, y no nos escuece la conciencia porque la acomodamos pensando que ya no son personas, sino alimañas. Disparar sobre zombis «se puede» y permite fantasear con disparar a bulto contra las multitudes. Nos libera ese demonio que todos llevamos dentro y que está deseando tirotear a nuestro vecino, a nuestro jefe y a nuestra cuñada. Quién no ha pensado alguna vez en entrar en unos grandes almacenes y ametrallar todo lo que se mueva y sin embargo, sólo unos pocos, merced a la Asociación Americana del Rifle, consiguen cumplir esa fantasía. Los demás se limitan a excitarse mediante la idea de protagonizar una matanza con la tranquilidad que da saber que la policía no nos va a decir nada.

Yo, además,  confraternizo con los zombis porque me parezco a ellos: yo también soy torpe de andares, parco de palabras y voraz en el comer. Por favor, no por ello me vuelen mi monda cabeza,  ni siquiera cuando haya muerto.

Tampoco me gustan las pelis de vampiros, al menos las modernas, porque los no muertos de ahora son muchachos guapísimos a pesar de contar con cientos de años de edad, es decir, son insultantemente más atractivos que quien esto les escribe, más joven y aferrado a la vida que ellos. Estos vampirillos pisaverdes imponen  modas de ropa en la juventud y sin embargo, tienen remilgos de conciencia a la hora de morder a la muchacha que se les ofrece franca. Admiro, por el contrario, al conde Drácula clásico encarnado por Bela Lugosi o Cristopher Lee. Aunque chapado a la antigua, este vampiro era sobre todo, un elegante  caballero que recibía a sus víctimas en su castillo perfectamente peinado y vestido de gala, aunque fuera a deshoras y en medio de una tormenta feroz. Todo lo contrario que yo, que a cualquier hora del día me encontrarían en mi casa en pijama y con zapatillas de conejitos como un gañan. Era también este conde un vampiro certero y eficaz que nunca dejaba escapar un buen cuello femenino con escote estilo imperio

Igual que los vampiros, a mi también me gusta dormir por el día y asaltar por las noches escotes estilo imperio.  Por favor, no por ello me claven una estaca en el pecho, aprovechando mi sueño.

A veces creo que este mundo está dividido entre personas que caminan erráticas como zombis, siguiendo a cualquier seductor granuja sin saber por qué, sin otro afán que conseguir algo que comer o algo que ver en la televisión y por otro lado, las personas que gobiernan el mundo, los vampiros que se alimentan de nosotros, los zombis. Sin duda debe haber un rechazo oculto en nuestro subconsciente que no quiere ver que todos somos zombis o vampiros (vale, usted no, como quiera) y de ahí el temor que nos inspiran y las ganas de matarlos. De una manera u otra, no me gusta ver imágenes en  las que se mata con alborozo a estas criaturas, aunque sean seres no humanos, porque precisamente los genocidios del mundo real se apoyan en la misma idea: aquellos a quienes se aniquila no son personas.
.
Menos mal que a los hombres lobo nos tienen que matar con balas de plata y eso encarece mucho que nos masacren.

viernes, 1 de febrero de 2013

¡Cuánto daño!

N. del A: La corrupción de los poderes públicos no es exclusiva de España, existe en  todos los  países y culturas, tampoco es exclusiva de una ideología política, ni de una determinada clase social y todo ello es porque el alma humana se fabrica en serie y nos hace a todos iguales. Esta realidad, sin embargo, no debe servirnos de excusa para tolerar lo intolerable.
Año IV 124
Cuando escucho en los noticieros televisivos hablar sobre la corrupción en España me entran ganas de gritar. No me refiero a salir a la calle con cacerolas para gritar las consignas del 15-M como ésta, mi favorita: «NO HAY PAN PARA TANTO CHORIZO», porque verdades como ésa me hacen salivar y me abren el apetito. No hablo de gritar pidiendo justicia, porque es seguro que sólo por pedirla me cobrarían las tasas. Tampoco me refiero a gritar pidiendo la castración química de los corruptos, para que, al menos, no les puedan heredar, porque ya es tarde, todos tienen familia.

Yo me refiero a gritar de dolor.

A mi no me preocupan los pillos que reciben sobresueldos en sobres o en trajes a medida, ni me quitan el sueño quienes de la noche a la mañana pueden permitirse comprar fincas con encinares o pisos de lujo en Manhattan, porque no les envidio. A mí me preocupa y me duele el origen de ese dinero, porque  la plata  que araña un político corrupto es sólo una parte de la que otro granuja obtendrá de esos favores. Son el resultado de negocios que de forma honrada no se pueden resolver. A mi me duele el daño que se nos ha hecho a usted, a mí, a aquel otro que no me lee o a aquel que me lee creyendo que soy otro. Ese daño que se nos ha hecho es muy grande y justifica gritar.

Cada euro ganado así se ha conseguido a costa de pisotear los derechos de alguien, de unos pocos, de muchos o tal vez de todos. Para obtenerlo, se ha debido expropiar de forma injusta a un ciudadano, o se ha obtenido una licencia de obras donde no se debiera obtener, o se ha perjudicado a quienes licitaban de forma honrada o se ha autorizado una subida de tarifas que todos pagaremos. Cada sobre con dinero sucio implica que antes se haya sancionado una ley, promulgado un decreto, publicado una ordenanza o adjudicado un contrato persiguiendo un interés que no era el interés general.

Un dinero corrupto no se gana repartiendo alimentos entre los niños del Sahel ni salvando a las ballenas de los que las matan en el Atlántico. Al contrario, se obtiene repartiendo fusiles a los niños y mirando hacia el otro lado del mar donde no están  arponeando a las ballenas. 

No posible determinar qué porcentaje del PIB es el que se acumula en unas pocas manos gracias a las decisiones políticas «sabiamente orientadas», pero seguro que es una cantidad dolorosa. El daño es grande porque el dinero que se pierde entre las juntas de las cañerías del poder es el que luego falta para mantener un centro médico en algún pueblo pequeño. Es un dolor agudo el que produce pensar que quien debe velar por nosotros, nos miente primero, nos roba después y termina mintiéndonos de nuevo.

Por eso dan ganas de gritar de dolor.




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